Llegamos a la playa. Es nuestra primera vez en el Pacífico tropical mexicano. Mis pies descalzos se entierran en la arena mientras mis dedos se estiran para dejarla pasar entre ellos. El sol se va a poner mientras cuatro surfers afortunados se comparten olas. El cielo tienes tonalidades de azul, anaranjado, rosa y violeta. Hermoso como los atardeceres boricuas. El agua es tan clara, que los colores del cielo se ven a travez de las olas. De momento, a nuestro alrededor todos están desnudos, totalmente. En la playa hay mucha arena, pequeños hoteles, restaurantes y quioscos. Desde lo bien fancy hasta lo bien sencillo. Nos sentamos en un restaurante que tenía alfombras de paja en la arena, una mesa de tronco y velas de citronella. Pedimos unas margaritas con mezcal y vimos el atardecer, las olas, los surfers y a los nudistas paseando su full body sun tan. Bebimos mezcal hasta que la noche se estrelló. Nos reímos y lloramos de felicidad. Aún no me había mojado los pies y sabía, que no iba a quererme ir de este lugar. Siempre recordaré con felicidad esta noche. Lo material se queda en esta vida. Esta noche seguirá con nosotros por todas las vidas que nos queden por vivir.
Al día siguiente nos levantamos en una cama super rica $30. Desayunamos una especie de quesadilla con todos los powers, como las de La B de Burro $2. Volvimos a la hermosa playa de Zipolite $0. Alquilamos una sombrilla con sillas por todo el día $5. Jugamos con el frisbee $0. Nos bañamos en el mar $0. Alquilé un boogie con chapas $5 y me curé en las olas mientras Lau leía un libro en total paz $0. Luego aparecieron unos chicos con un balón de fútbol y me apunté a jugar un rato $0. Margaritas $2 y ceviche con chips $3. Y así pasamos todo el día. Alimentar el alma no tiene precio.
Uno de los locales que jugó al fútbol conmigo, nos invitó a ver ballenas al día siguiente. Confiando mas con el corazón que con la cabeza, accedimos. Nos recogió a las 5:30am en su auto y nos llevó a Puerto Angel. Nos subimos a una yola con techo y salimos a pescar el amanecer. Nada pudo hacer esta experiencia más perfecta. Primero, el sol rojo salió del mar. Inmediatamente después comenzamos a ver tortugas saliendo a ver el amanecer… supongo. Luego, ballenas!!! Eran como diez ballenas piloto, que pasaron y resoplaron frente a nosotros. Son como delfines grandes. No llevábamos ni 20 minutos en el mar y ya estábamos bendecidos. Pero faltaba mas. Minutos después nos vimos rodeados por una escuela enorme de delfines. Nunca había visto tantos en mi vida. Saltaban y daban vueltas como tornillo. Spinners dolphins es el nombre común de esta especie. ¡Quiero vivir aquí!
¡Y Laura también! Yo me quiero quedar, aunque en principio no pensábamos ni pasar por aquí. Laura tiene claro que debemos seguir, en Ciudad Oaxaca nos esperan mercados, mezcal y comidas de otro planeta. Y detrás de ella voy. No sin antes buscar corredores de bienes raíces en el área. Por aquello de ponerle fundaciones a nuestros sueños. Aveces los sueños aparentan estar mucho más lejos de lo que realmente están. Esa distancia nos la ponemos nosotros mismos. Tenemos el poder de acortarla, créelo.
Lo que no podemos acortar es la distancia entre el Pacífico y Ciudad Oaxaca. Le di muchas vueltas a la ruta. Que en arroz y habichuelas es como ir desde Aguas Buenas a Las Marías cruzando por Jayuya y volviendo por la misma ruta. Seis horas y media. Dicen que se construye una carretera que acortará la ruta a tres horas. Bueno y malo. Pueblos que viven de la ruta actual, desaparecerán. Pueblos que se beneficiarán de la nueva ruta, crecerán. En mi experiencia, el “progreso” afecta mas de lo que ayuda a estos paraísos semi-vírgenes.
Pasamos por Puerto Escondido antes de emprender nuestro viaje al centro. Si Laura está en la playa y bajo el sol, es feliz. Y si tiene una cámara, el ipad o un libro es igual de doblemente feliz. La playa de Puerto se llama Zicatela y tiene una de las olas mas famosas en el mundo. Otra vez bendecidos con buen karma de viajeros, las olas estaban para disfrutar. No gigantes, tampoco pequeñas. Alquilé equipo y me fui al agua. Me sentí como si entrara a jugar fútbol al Santiago Bernabéu… quizás no tanto. Pero si, entrando a un templo del mundo del surf. Con respeto y agradecido me revolqué en olas bien poderosas. Tengo aun arena de esa playa dentro de las orejas.
Estar flotando en el mar, viendo las olas venir, con el sol cayendo sobre el horizonte me acordó tardes en Rincón. Sentarse en la tabla, luego de nadar con fuerza y energía para evitar la olas, y contemplar la grandeza del mar mientras recuperas el aliento, es una bendición que los surfers entienden bien. Y yo, un gremo de agua salá, me estaba disfrutando el momento. Mientras flotaba en ese famoso pico del pacifico, vi a Laura en la orilla tomando fotos del atardecer y pensé, como en tantas otras ocaciones, el mundo es tan hermoso como la tierra en la que yo nací.