“Detrás de Lau” pt. 3 por José Ramón

Afortunadamente desde que descubrí los headlamps siempre viajo con uno en la mochila. Las linternas que nos dieron los guías estaban bien flojitas. Pues con mi headlamp con baterías nuevas en la frente, me fui a hacer pipi (Lau dice que mear es vulgar) y a lavarme los dientes al baño. Caminé un raaaato y cuando pensé que había llegado, estaba de nuevo en mi cabaña. La desorientación me frikió un poco, pero no podía más. Apagué el headlamp y escuchando la selva oriné en la oscuridad. No quise hacerlo en el lago. En la tarde habíamos visto un cocodrilo y pensé que maybe, no le iba a gustar esa pendejada. Pura magia.

La tarde anterior habíamos conocido a la otra pareja de valientes que se quedaba en las cabañas. Eramos solo nosotros cuatro y un guardián para toda la reserva. Ella, una guapa escritora canadiense medio esloquillá llamada Patricia y el un oncólogo griego bien chévere llamado Cris. Ambos retirados y ciudadanos del mundo, que se conocieron y viven en México. Patricia paseaba cerca de nosotros. Tenía una mezcla de toda la ropa que se había comprado en el carnaval de Veracruz y una gorrita de marinero tipo tío novel. Cris en la suya, tomaba fotos de las aves. Laura estaba sentada en el muelle haciendo ejercicios con una cerveza y yo acostado en el muelle miraba el lago con otra. De pronto aparece un cocodrilo nadando justo al frente de nosotros. Patricia escuchó el grito que le pegué a Lau. Ella llamó a Cris, y luego de ver todos pasmados el animal que se paseó frente a nuestras cabañas, Patricia dijo: “Ustedes tienen mota?” Y no teníamos. Pero teníamos carro y ellos no. Y entre risas, planificamos pasarnos juntos el día siguiente.

Al día siguiente nos tocaba madrugar. Nuestro próximo destino, Zipolite. Según Google Maps, nos tomaría ocho horas y media cruzar de costa a costa el continente. Un viaje de norte a sur por la parte más estrecha de México. Nos tomó diez horas a un máximo de cuarenta y cinco millas por hora. Paramos a comprar jugos naturales a vendedores ambulantes. Paramos a comer el mejor pollo a la parrilla de mi vida (Ocupy Bangkok Chicken quedo en segundo lugar). Y paramos en la gas a recargar y vaciar. Ver el pacifico en el horizonte fue una fiesta. Aun faltaban cuatro horas, pero ya estábamos del otro lao.