“Detrás de Lau” pt. 2 por José Ramón

Veracruz nos regaló mucha historia de México. Y nos bendijo con Maria Luisa. Es lo que tiene Airbnb. A veces los hosts te entregan la llave y no los vuelves a ver, otras veces no hay llave, y ellos están ahí para abrirte la puerta. La atención de esta señora fue excelente y nos dio muy buenas recomendaciones, pero lo mejor con diferencia fueron los desayunos. Les cuento, Maria Luisa se fue muy joven a trabajar en la embajada de Mexico en Suiza. Allí se enamoro, aprendió cocina y 30 años, y dos restaurantes después, se trajo al suizo a Mexico. Cada mañana era compartir en familia con un super desayuno a la mexicana. Nos esperaban y se sentaban en la mesa con nosotros. Y hablamos de todo. Un dia, su esposo Ronnie, nos contaba de su hijo el baterista. Y decidió que para despertar era buena idea poner un video de su hijo tocando hardcore heavy metal suizo en una super batería a lo Ted Bozzio en un sistema de sonido Bose impresionante. Me vibraban los pelos de la nariz.

Siguiendo las recomendaciones de María Luisa fuimos a visitar El Fuerte de San Juan de Ulua, un fuerte contemporáneo al Morro y parecido en su arquitectura. Con la diferencia que este se construyo totalmente con mampostería de coral. Literalmente las paredes son de coral. Para mi fue un poco fuerte ver un castillo de esqueletos. Los seres humanos somos las peores bestias del planeta, sin duda.

Pero en la fiesta se me olvida. Esa noche fuimos de carnaval. El carnaval de Veracruz fue el primer carnaval de mi vida. Una mezcla entre lo mejor de la parada gay de la Ashford con el desfile de Macys en Thanksgiving al puro estilo veracruzano. Setenta y pico de carrozas y sus comparsas. La brasileña, la de salsa, la de las jevas, la de los macharranes, la de los niños, la de la viejitas y muchas de puro mexicano bestial, gozando y bailando con alegría contagiosa. Entre los espectadores la vibra era como en el dia Nacional de la Salsa. Un revolú de pura felicidad, mezclado con ganas de bailar. Encontramos sitio en las gradas y con una cerveza de litro en nuestras manos vimos pasar el espectáculo. Una gozada. Junto a nosotros se paró Alberto y su familia. Un veracruzano que vivió muchos años en Nueva York y nos mangó el acento a la soltá.

Su consejo: “Camino a Catemaco, en un pueblito llamado San Andres de Tuxtla, hay una fabrica de puros, que son mejor que cualquier habano cubano”… apúntalo.

Dejamos atrás la ciudad cansada post-carnaval camino a Catemaco.  Un paseo muy lindo por la costa del golfo. Nos llamó mucho la atención las enormes dunas y los pequeños puestos vendiendo camarones. Crudos, cocidos, con limón y por supuesto, con pique. Los vendían en bolsas plásticas transparentes. Tal como si te vendieran un pez vivo, pero 50 camarones gordos y coloraos, con salsa a tutiplén. El verde se fue apoderando del camino que nos llevó a San Andres de Tuxtla. Le hicimos caso a Alberto y paramos en la fabrica de puros. No fumamos, pero un puro al año no hace daño. No puedo parar de decir lo amables que son nuestros hermanos mexicanos. Nada mas llegar, una chica llamada Vero nos ofreció un tour, y luego que Lau y yo le dijimos como cuatro veces que no gracias, nos dijo: “No importa, yo se los voy a dar”  Y nos fue dirigiendo por la fabrica.  Muy buena experiencia, de la cual me llevo el olor intenso a tabaco impregnado en nuestro ser. Los caminos son nuestros. De cada uno de nosotros. Y está en ti, pasar dormido en la guagua o sintiendo el olor de la tierra. Escuchando las voces y los pájaros. Probando sus costumbres y sus especies. Así, escuchando a la gente, llegamos a Catemaco.

La primera impresión fue de pueblo fantasma, y eso que veníamos a ver brujas y chamanes. Cuando andas con una mamasita con pelo azul, todo Mexico asume con razón que eres turista. Y de todas las esquinas salieron a vendernos los tours por el lago. Pedimos recomendaciones de un restaurante para locales y llegamos a una fonda donde el mesero nos ofreció una bandeja de la comida típica de la zona. Todo riquísimo.  Lo mas que me gustó fue la anguila del lago. La carne la desmenuzan y preparan como si fuera un salmorejo. Estaba pa chuparse los dedos.

Y con la barriga llena y una comprita de antojos, bordeamos el lago adentrándonos en la selva hasta llegar a la reserva de Nanciyaga. Allí nos recibió un guía muy amable. El rugido (rugen mas de lo que cantan) de una bandada de guacamayos rojos no me dejaban atenderlo sin estar mirando el cielo anonadado. Con amabilidad, nos llevaron a la que sería nuestra cabaña y nos dieron dos linternas. Era un poco pequeña en todas direcciones y el baño estaba en el carajo a la izquierda, por caminitos de piedras de río. Al menos teníamos una escupidera. El balcón de la cabaña, también pequeño, tenía una hamaca que quedaba sobre el Lago Catemaco. Con ese panorama solo quedaba apreciar la naturaleza, dar gracias al universo, tomar unas cervezas, una botella de vino y a ver el sol ponerse sobre la montaña al otro lado del lago. Gracias, gracias, gracias.

 

 

 

 

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